Los adolescentes reclaman un espacio urbano propio donde relacionarse con sus amigos

Tanto en proyectos a gran escala – zonas urbanas- como en una escala más próxima como pueden ser los barrios, los parques y los centros educativos. Sólo así conseguiremos una transformación global, cambiar el sistema de relaciones con el entorno

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Ahora León / Noticias de León / Adolescentes / Fuente: Ingeniería sin Fronteras

La vida en comunidad es una condición intrínseca del ser humano. Nacemos, crecemos, vivimos y morimos en lugares que nos permiten desarrollar nuestro propio universo. Cada persona viene con una historia y ésta evoluciona de distintas formas según lo permita su entorno.

Nos hemos aglutinado en las ciudades a lo largo del tiempo por una cuestión de practicidad, pero alejada de una mirada comunitaria. En Occidente éstas se crearon siguiendo unos patrones, hoy ya obsoletos, basados en un modelo de vida clásico, patriarcal y excluyente.

Siguiendo este modelo obsoleto, las ciudades han sido pensadas, fundamentalmente, para favorecer el transporte privado y mercantil y una cultura de la economía basada en el intervencionismo y la explotación. Pero tal como defiende el “Col·lectiu punt 6”, equipo de arquitectura y urbanismo que reivindica el ejercicio feminista en la gestión de la vida cotidiana, el nuevo modelo de ciudad debe replantearse desde un nuevo prisma social que trabaje por y desde la medida natural y humana; por y desde una idea de la salud holística y una cultura del cuidado pensada y trabajada desde una perspectiva feminista comunitaria -¡las voces de las mujeres, cuánta falta nos hacen!

El objetivo 11 del desarrollo sostenible (ODS,11) parte de una base clara para este desarrollo de las ciudades: “Las ciudades tienen que ser más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles”. ¿Qué significan estos conceptos? Que la vida en los núcleos urbanos sea posible y cómoda para todas las personas que habitan en ellos, re-pensándolos desde una perspectiva feminista, con un abordaje global-local, que permita una convivencia intercultural no segregada, que acepte cambios y acoja distintos modos de vida y, por supuesto, que sean respetuosas con la naturaleza y el entorno.

Tanto los colectivos de mujeres, niños y niñas, personas mayores, personas que han migrado, personas con movilidad reducida, necesidades especiales, diversidad sexual, etc. deben tener opción a ser escuchados y que sus opiniones puedan llegar a ser implementadas en los nuevos modelos urbanos. Esto es posible gracias al urbanismo colaborativo, que permite la voz de todos los habitantes para promover una ciudad más inclusiva, formada por distintas visiones y creada a través de patrones que responden a diversas formas de vivir.

En este artículo, nos centraremos en uno de los colectivos menos escuchados y más invisibilizados como lo es la adolescencia: un período crucial en la vida de las personas, una época en la que se adoptan muchos de los rasgos que se manifiestan en la vida adulta y, por lo tanto, una época que influye de manera significativa en el desarrollo de la misma. Se trata de un período difícil, de muchos cambios, pero también un momento en el que se impulsan los valores, la creatividad, en la que se dispone de una energía vital que se puede aprovechar para aportar ideas innovadoras y novedosas.

Adolescencia y entorno urbano

El espacio público es escaso en las ciudades. Es difícil fomentar valores como el respeto, la honestidad, la tolerancia, la responsabilidad etc. durante la adolescencia cuando la carencia de zonas de recreo y prohibiciones de distintas índoles (se prohíbe jugar a pelota, patinar, ir en bici, pisar el césped, pasear al perro…) les lleva a la desvinculación y la no interacción social. Actualmente, esto se ha acentuado por las nuevas restricciones impuestas a raíz de la crisis de la pandemia.

La visión capitalista del mundo, “en la que nuestra sociedad está inmersa”, diseña una ciudades, con sus calles y sus zonas libres, pensando y promoviendo un modelo de vida basado en la cultura del consumo. De esta forma, se crea un rechazo colectivo imperceptible a un sector de la población, como es la adolescencia, que no puede producir pero a la que se insta a consumir sistemáticamente, como un ejercicio de promoción social. Más aún si tenemos en cuenta la segregación cultural basada en la distinción de clase, que se organiza de forma barrial, que se hace explícita a través del consumo y que condiciona sus procesos de acceso y participación social.

Consecuencia de ello es el aislamiento y el no poder reconocerse en el espacio público: un espacio hegemónico en el que la adolescencia no se siente incluida. En consecuencia, este grupo etario, en algunas situaciones busca la desconexión y provocación frente a un urbanismo que es hostil para ellos.

Búsqueda de espacios propios

El desarrollo tecnológico incentiva aún más esta despersonalización y desvinculación con la realidad y los dispositivos tecnológicos se convierten en su espacio: las pantallas de televisión y los móviles se han naturalizado en sus vidas, se creen indispensables y se convierten en un aspecto importante que puede acabar configurando su propia identidad. Para la adolescencia, las tecnologías son uno de los pocos lugares que hoy en día sienten que les pertenece. Como se comenta en la revista mundo urbano: «son muy pocos los espacios físicos creados y pensados en las necesidades de los jóvenes. Como contrapartida, ellos crean sus lugares en las barras y las esquinas, en ellas encuentran el sentimiento de pertenencia y crean sus códigos particulares (Alterwain et al., 2004).

El entorno urbano debería convertirse en un lugar más activo y amable en el que la adolescencia pueda sentirse escuchada, integrada y partícipe. Es por ello, que es imprescindible reconocer sus voces y prestar atención a sus inquietudes y necesidades, crear más rincones en la ciudad en los que puedan compartir experiencias y emociones.

Educación y espacios de relación

Uno de los lugares donde la adolescencia puede socializarse es la escuela. Los patios son este espacio exterior que les pertenece, una de las pocas áreas de recreo y de conexión con la naturaleza. Estas zonas, al igual que su semejante a gran escala en la ciudad, todavía no satisfacen sus necesidades: tanto los parques como los patios de los centros educativos deberían repensarse y reconstruirse a través de una mirada incluyente, feminista, intercultural y, sobretodo, coeducativa. Son una extensión de las aulas e influyen en otros ámbitos de la educación: permiten el desarrollo de otras capacidades como la curiosidad, la creatividad y la autonomía, donde aprenden a relacionarse y a conocer otros mundos; una atmósfera de descanso y de pertenencia al mismo tiempo.

Los patios deberían poder plantear y permitir opciones de juego comunes, en los que la competitividad no sea solamente sinónimo de poder y acción. Espacios en los cuáles puedan co-aprender en beneficio y en el reconocimiento de la comunidad; integrarse en la naturaleza -¡con sus olores, sus sonidos, sus colores y texturas!-. Que les proporcionen rincones donde puedan conversar, descansar, moverse y evadirse de las responsabilidades de la adolescencia y de las ‘mochilas’ de vida propias. También, estos espacios pueden suponer una alternativa a las nuevas tecnologías y ser un primer vínculo al que puedan trasladar y vivir a la propia ciudad y, así, llegar a entremezclarse y fomentar sinergias. De esta manera, pueden ir adquiriendo de forma natural las aptitudes que les harán crecer como personas y formar sociedades futuras. Una nueva manera de pensar en la adolescencia desde una perspectiva y educación medioambiental que les conmina a una relación con el entorno.

Por tanto, es de gran interés combinar las perspectivas urbana y pedagógica a la hora de pensar estos espacios de relación para una etapa tan crucial de la vida como es la adolescencia. Tanto en proyectos a gran escala – zonas urbanas- como en una escala más próxima como pueden ser los barrios, los parques y los centros educativos. Sólo así conseguiremos una transformación global, cambiar el sistema de relaciones con el entorno desde un aprendizaje ecofeminista y la forma de vivir la vida propia, que también es nuestro entorno.El espacio que habitamos genera impacto en la forma en que nos comunicamos con las personas y con lo que nos rodea. Entonces, trabajarlo desde una mirada amplia y multidisciplinaria promueve la inclusividad y la participación, y genera ambientes donde haya lugar y voz para todas las personas.

La adolescencia forma parte de nuestra sociedad: son nuestras voces del futuro y deben aprender que la ciudad no es ese lugar hostil que piensan, sino que también les acoge y les pertenece. Conviene no olvidarlo.