Niebla bajo la Pulchra Leonina

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Ahora León / Texto: V.Bejega / Imagen: S.Arén

El aire gélido se mezcla con la bruma creciente, envolviendo la ciudad en un sueño de tiniebla gris, como metáfora natural de la realidad. La luz a duras penas consigue atravesar la espesa capa, y la ciudad permanece oculta, impertérrita y aislada, con esa sensación de que el tiempo pasa lento. La niebla mágica, que distorsiona las formas y las realidades, que confunde cada recodo y evoca al pasado. Una vida transcurre a pie de calle, inconsciente de lo que hay fuera, por encima, donde sólo la majestuosidad de la piedra consigue romper el maléfico hechizo y asomarse al sol.

Niebla. Metáfora natural de una ciudad, de un camino. Incapaz de ver lo que posee, inconsciente de sus riquezas y perdida entre lo difuso de sus propias nieblas. Nieblas de falsos progresos, de la memoria desmemoriada, de parches para tapar agujeros negros. Cortinas de humo de la Historia, que tapan lo real con las luces de lo ficticio, que esconden en las tinieblas aquello que es mejor no ver. Piedras milenarias que se caen y se tapan, jóvenes que vuelan buscando luz, ancianos que caminan entre la pérdida de esperanza.

Niebla. Humedad esponjosa que enfría el alma, de la ciudad y de la persona, que cala hasta los huesos e inyecta tristeza. La de una ciudad que se apaga, envejecida de cuerpo y espíritu, perdida como un viajero entre la espesa nube.

Niebla. Espejismo de algodón, mentirosa compulsiva que confunde al menos precavido, al menos paciente. Porque más allá de la niebla, está el sol. Y sólo quienes resisten a la niebla, quienes saben de su poder y debilidad, podrán sentir el calor del sol en su rostro contemplando la mágica desaparición del peligro gris. Y entonces, sólo entonces, volverán a ver.