El suicidio, un «grave problema de salud pública» sin un Plan Nacional de Prevención en España

La falta de socialización y el machaque constante que producen las redes sociales podrían haber favorecido el aumento de los suicidios entre la gente joven.

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Fueron 3.671 fallecidos oficiales en 2019 (2.771 hombres y 900 mujeres). Diez personas al día y desde el pasado año la primera causa de muerte en los jóvenes de entre 15 y 29 años.

Las cifras que aporta el INE habría que multiplicarlas, según el decano del Colegio Oficial de la Psicólogía de Madrid, José Antonio Luengo, por dos o tres «porque hay muchos casos que no quedan reflejados o se camuflan en otras causas de muerte, pero el suicidio es un problema sobre el que las administraciones españolas continúan sin tomar medidas ni planes de prevención dotados con el dinero suficiente.

Un tema tabú del que la sociedad todavía no es lo suficientemente cosciente pero que dejó, tan solo en 2019, más fallecidos que los registrados en accidentes de tráfico (1.755 según la Dirección General de Tráfico). Aún así, en España no existe un Plan Nacional de Prevención del Suicidio y ninguna administración, ni estatal ni regional, ha invertido lo suficiente como para poner remedio a esta lacra que las organizaciones y asociaciones de prevención del suicidio la ven como un «grave problema de salud pública», no solo por las cifras, «que son tíbias en relación con la realidad», sino que deja a los familiares y amigos dañados al tener que «convivir con una realidad muy dramática».

Las campañas son «irrisorias», a pesar de que en los últimos tiempos ha habido un aumento de los casos. En 2018 fueron 3.539, en 2019, 3.671 y, de enero a mayo de 2020, teniendo en cuenta el periodo de confinamiento estricto de marzo a junio, se quitaron la vida 1.343 personas, manteniéndose el suicidio como la primera causa de muerte externa, según datos del INE. En concreto, según el Colegio de Psicólogos de Madrid, los datos apuntan, como consecuencia de la pandemia y la falta de socialización, a un aumento del 250 por ciento de los casos de suicidio entre la población infantojuvenil durante el año 2020. Unos datos «muy tozudos», para Luengo, y que apuntan a que el fenómeno «va a más», habiendose registrado tan solo en 2019 309 suicidios de gente de entre 15 a 29 años.

Es el motivo por el que este sábado se ha convocado en Madrid la primera manifestación en España para reclamar a todas administraciones, independientemente del color político, que se deje de ser un país sin un Plan Nacional de Prevención del Suicidio y llamar la atención de todos los políticos. «¿Por qué no podemos ser el país número 39 con un Plan Nacional de Prevención del Sucidio?», se pregunta el director de la Asociación la Barandilla y del Teléfono Contra el Suicidio, José Manuel Dolader, y también convocante de la concentración que no es solo para que se elabore dicho plan sino para que este esté dotado de recursos: «Si no hay dinero todo va a quedar en nada».

Pero la única respuesta oficial que recibe Madridiario del Ministerio de Sanidad al ser preguntados por esta problemática es que están trabajando, junto con las Comunidades Autónomas y sociedades científicas, en la nueva Estrategia de Salud Mental, del que llegado el momento «informarán».

Y es que la falta de inversión y el hecho de que no haya, según Dolader, una persona, como sí lo hay de tráfico, que ofrezca datos sobre el número de suicidios en España es lo que ha provocado este problema del que también tiene mucha culpa el estigma social y la repulsa que ha existido a aquellas personas con ideas suicidas. «Si alguien se quitaba la vida ha sido culturalmente muy castigado, al igual que si lo ha intentado y no lo ha conseguido ha sido estigmatizado», comenta el decano del Colegio de Psicólogos.

Es decir, a su juicio, es un rechazo que tiene la sociedad interiorizado al no ser la muerte «una buena compañera de viaje como tema de conversación», por lo que ha influido en las decisiones de las administraciones. «No solo es un problema político sino también de la sociedad porque durante muchos años el suicidio, la familia suicida y el propio suicida ha sido durísimamente castigado», afirma el Psicólogo Clínico y miembro de la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio, Javier Jiménez.

Abordar el problema y no ocultarlo

No obstante, la única solución y la única manera de bajar estas «dramáticas» cifras es, según los expertos consultados, abordando el problema y no ocultándolo. «Hasta que no dejemos de ver a la persona como un enfermo o bicho raro y empecemos a verla como una persona que sufre no se va a arreglar el problema», lamenta Luengo.

Así, el presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, Andoni Anseón, que afirma que España ha vivido a espaldas del problema, rechaza la idea de que hablar del suicidio en la sociedad y medios de comunicación puede producir un efecto llamada. Es más, según la Organización Mundial de la Salud, una de las manera de prevenir estos casos es con una información adecuada, no centrándose en caso particulares sino en el suicidio en general.

«Hablar del suicidio de manera correcta ayuda a prevenir suicidios», coinciden los expertos, por lo que lo primero que habria que hacer es «ser conscientes» del problema que hay en España hablando sin tapujos y no tener prejuicios a la hora de abordar el suicidio. Así, otra pata fundamental es introducir la educación emocional en el currículum escolar de primaria y secundaria. Es decir, «son cosas que ni si quiera requieren muchos recursos adicionales», afirma Anseón que pide abordar cuanto antes un «lujo que este país no se puede permitir» y que sigue tratándose, añade el director clínico de Amalgama7, Jordi Royo, como algo marginal que «afecta al otro pero que no me va a afectar a mi».

De esta forma, si se hablara del suicidio y la gente se enterase, según Jiménez, de que hay una media de entre 4.000 y 5.000 sucidios al año en España, la sociedad tomaría conciencia y los políticos verían, según Dolader, que se trata de un tema que preocupa a la gente. Pero esto, lamenta, no está ocurriendo. En primer lugar, apunta, porque los resultados de un programa de prevención de conductas suicidas no se ven a corto plazo.

Además, otra de las cosas que está ocurriendo, en palabras de Jiménez, es que no es que «haya aumentado de manera alarmante el número de suicidios sino que el resto de muertes por causas naturales ha disminuido porque se les dota de dinero, de medios y de programas de detención». Para los planes de conductas suicidas, denuncia, todo se queda en papel mojado.

El papel «crucial» del observador

Según el doctor Royo, el comportamiento suicida en los adolescentes y jóvenes, donde más han aumentado las ideaciones suicidas tras el confinamiento, tiene cuatro posibles variables que pueden llevar a un individuo a plantearse quitarse la vida. En primer lugar, destaca la crisis de la propia identidad; cuando el niño deja de ser un niño y se plantea cuestiones identitarias tales como ¿Quién soy?, ¿Qué hare en la vida adulta?, ¿Cómo encajo en la familia, con los amigos o con el mundo?. Ante estas dudas, el adolescente puede sentir, continúa, una carencia del sentido de la vida y plantearse abandonarla.

En segundo lugar, existen causas psicopatológicas (depresión, trastornos de personalidad límite, bipolar, de ansiedad, esquizoafectivo, esquizofrenia, abuso de sustancias) que conllevan en la propia patología pensamientos y comportamientos suicidas. En tercer lugar, el inducido por la familia, que implican abandono, maltrato, desamor, abuso… Y por último, el generado por causas sociales y/o tecnológicas.

Muchos de los suicidios pueden deberse a situaciones de estrés o bullying, que debido a las redes sociales puede ocurrir las 24 horas del día todos los días de la semana. Así, si una persona se entera del sufrimiento de otra persona, en muchas ocasiones este tampoco denuncia «por temor a ser ellos los que reciban el ataque que finalmente terminará en sucidio», explican.

En esta prevención, coinciden las fuentes consultadas, el papel del observador juega un papel crucial, partiendo de la base que toda la sociedad somos un agente de prevención. Pero la vergüenza está detrás de que muchos no pidan ayuda, no se atrevan a contar nada a nadie y se tienda a esconder el problema, algo que podría cambiar educando sobre el problema. No obstante, si lo hacen, y se lo cuentan a un amigo, piden los expertos, este no se debe callar, como le puede pedir su compañero. «Proteger no es ayudar», por lo que, en palabras de Dolader, «más vale perder a un amigo que perder la vida de un amigo».

Es por lo que Royo ve que se tendría que favorecer unos patrones culturales distintos donde se hable no solo de la víctima y del agresor sino también del observador. «Si el observador apoya a la víctima lo más probable es que la agresión desaparezca, pero si el observador le ríe la gracia al agresor la agresión se incrementará en el tiempo«. Pero el observador, continúa, tiene tendencia a favorecer al agresor por lo quye se conoce como la Ley del Silencio y el miedo a pasar el a ser agredido. Por lo tanto, la pauta cultural que se debería cambiar, a su juicio, es que «favorecer a la víctima y pedir ayuda a los adultos no es ser un cobarde sino la persona justa».

La llamada sobre una realidad

Y es que, como apunta Dolader, la inmensa mayoría de los sucidios se podría evitar, más teniendo en cuenta que nadie se quita la vida porque haya perdido el trabajo o porque le haya dejado su pareja, sino que debe ser un cúmulo de circunstancias que hace que «por el dolor que sufre no es capaz de encontrar una salida y decide, porque es lo único que tiene a mano, suicidarse».

Aún así, el incremento en el número de sucidios entre la gente joven puede deberse a las consecuencias que la pandemia, y sobre todo el confinamiento estricto que vivió la población de marzo a junio del pasado año, ha tenido en la salud mental de la sociedad. La falta de socialización y el machaque constante que producen las redes sociales podrían haber favorecido el aumento de los suicidios entre la gente joven.

No obstante, los expertos consideran que una vez se normalice más la situación y la vida vuelva a ser más a como era antes, los datos volverán a la misma situación de 2019 pero con la diferencia de que, por sacar un punto positivo a la pandemia, se ha puesto a la salud mental en el tablero político y se ha llamado la atención de una realidad que, aunque vuelva a la situación normal de antes de la pandemia, «seguirá siendo anormal».